Pensamientos de una joven que vive por el amor...
Hace ya mucho tiempo que me distancié de aquello que llamamos mundo. Tanto ha sido el tiempo que utilicé intentando integrarme en él, que no me di cuenta de que me estaba perdiendo a mi misma. Decaída de ver que mis intentos habían sido en vano, me di cuenta de que este mundo no estaba hecho para mí. Esto que llamamos mundo, no es más que un lugar completamente irracional: no son mejores los más inteligentes, sino los más rudos; no se valora un interior admirable, sino una belleza externa artificial; no subsisten mejor los más trabajadores, sino los más adinerados, etc. Son tantas las razones a dar, que aquí no tendrían cabida suficiente. Pero la peor de todas ellas, es que nunca me dieron la oportunidad de amar. Miraba al cielo con la esperanza de encontrar en las estrellas algo que me indicara que no estaba sola, y no encontré más que oscuridad. Quería buscar entre los mortales algo que me dijera que tenía a alguien conmigo, pero entonces me daba cuenta de que la suerte jamás estuvo de mi lado, que no era de ese tipo de personas que tenían vidas emocionantes, que tenían personas que vivían por ellas y que contaban preciosas historias de amor que sabías que jamás protagonizarías. Por todo ello, creé mi mundo.
Mi mundo era en un espacio creado solamente para mí, con mis leyes y mis ideales, un lugar al que nadie tiene permitido el paso. Una vez creados los muros en mi corazón no iba a permitir que los derribaran, nadie nunca más volvería a hacerme daño. Desde entonces vagué por la más profunda de las oscuridades, mi corazón fue frío como el hielo y duro como el acero. Creé una barrera impuesta por la experiencia, dónde los años y los golpes me enseñaron a valorar lo que nunca tuve, donde el dolor se convirtió en una forma de vida, donde la única razón para seguir viviendo no es más que la propia vida que se me había impuesto. El mundo real sólo era un lugar de paso, en él me alimentaba y dormía, hacía mis tareas y perdía mi tiempo. Sin embargo, echaba de menos al ser humano. Tanto tiempo sola, hizo que añorara la calidez de las personas, el aroma de su piel y la textura de las caricias que nunca me habían dado. ¿Qué podía hacer ante tal contradicción?
Era presa de lo único que me pertenece en integridad. Me sentía perdida en mi misma, sentía como si mi cuerpo se fuera inundando de preocupaciones que acaban por ahogarme. Parecía que hubiera adoptado una situación relativamente cómoda dentro de esta desesperanza. Era extraño, sabía lo que quería, pero no me molestaba en alcanzarlo y cuando me daba cuenta de que no lo conseguía me lamentaba por no haber reaccionado a tiempo, me regañaba para que la próxima vez no volviera a suceder pero siempre volvía al punto de partida, era como el pez que se muerde la cola.
¿Vivía acaso en una mentira? ¿Creía ser dueña de mis actos pero en realidad me dejaba llevar por mis impulsos? Aunque encontrara la respuesta ¿Qué importaba? No quería cambiar, seguiría haciendo lo mismo, seguiría lamentándome de mi situación, sentiría pena de mi misma, lloraría pensando en lo confundida que estaba pero no haría nada por salir de ahí, nada.
Estaba ciega, creé una burbuja a mí alrededor para sentirme mejor con una mentira, quería creer que el mundo que hay fuera de esa burbuja es ajeno a mí, que no podría afectarme y por lo tanto no me importaba. Y todo para que al fallar, porque no vi el mundo verdadero, me consolara pensando en una próxima vez en la que lo conseguiría. Con un martillo y un clavo invisibles nunca podría colgar un cuadro aunque quisiera creer que sí, y que la próxima vez lo conseguiría, nunca podría colgarlo, pero me podría consolar pensando que lo intenté y me dejé la piel en ello. ¿Qué ganaba con ello? Nada, absolutamente nada. Sólo conseguía camuflar mis sentimientos, de manera que no me hicieran daño al abrir los ojos, pero que con los ojos cerrados me dolía más.
Pero un día sucedió algo que dio un giro inesperado a mi vida: alguien se cruzó en mi camino, un corazón puro, desconocedor del infierno creador de mi corazón, inconsciente de la oscura soledad de mis noches amargas, ignorante del miedo a la vida y a uno mismo.
De mi comenzaron a tirar dos ojos profundos como el cielo que ante mi se estaba creando esa noche, bellos como dos estrellas caídas en ese momento del firmamento. Sentí calor, me sentí arropada por algo, aquellos brazos que me daban la protección que siempre había buscado sin ningún éxito. Viajé por los lugares más insospechados, abandoné mi soledad, se sustituyó por la compañía de aquel cálido abrazo que tanto me llenó. Abandoné la apatía y la cambié por el deseo. El miedo se transformó en pasión. La pasión cambió de forma rápidamente. Pasó a ser… amor. El chico portador de semejantes estrellas me llevó a su vida, me condujo de nuevo por mi camino, camino que había abandonado una vez. Él me llevaba de su cálida mano, me llevaba consigo, yo no oponía resistencia, quería estar con él, donde quisiera llevarme estaría dispuesta a ir.
Ya nunca más me ahogaría en el vacío, ya nunca más sentiría miedo, no volvería a sentirme sola. Hasta entonces yo no tenía vida, él me brindó la nueva oportunidad de vivir: hizo de mí un ser humano. Y todo por darme la oportunidad para un abrazo.
PD: Volveré a sentir un abrazo parecido? Sin duda... a veces necesito de ello y no lo demuestro...
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